Eso fue lo único que atiné a decirle a mi papá antes de olvidarme por completo de terminar mi desayuno.
«Sentí que se me encogía la garganta, y a falta de palabras, me mordí la voz.»
Me abrazó. No fue necesario decir más. Con ese simple gesto le dio más sentido que nunca a una de mis frases favoritas del hombre que ahora descansaba en paz: «quien quiere de verdad quiere en silencio, con hechos, nunca con palabras.»
Por supuesto, Carlos Ruiz Zafón no era nuestro primo, pero así le decíamos de cariño. Carlos, mi papá y yo compartíamos primer apellido y esa singular coincidencia se convirtió en una forma más humana de llamar al conocido «superventas español».
El sobrenombre no era para menos: La sombra del viento supo atraparnos desde la primera página y su hechizo nos llevó a crear una suerte de club de lectura donde solíamos discutir las aventuras de Daniel Sampere con la llegada de cada nuevo libro de la saga.
La novela cumplió 19 años en 2020. Su protagonista y yo teníamos 16 cuando nuestros caminos se cruzaron. Juntos aprendimos que «nada en esta cochina vida vale dos duros pesos si no tienes alguien con quien compartirlo» y eso me llevó a buscar un compañero para adentrarme en esa Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor.
Todavía recuerdo aquel día en que mi padre y yo visitamos por primera vez el Cementerio de los Libros Olvidados, Carlos querido, y nunca olvidaré cómo, sin proponértelo, creaste un vínculo muy especial entre dos devoradores de libros que no habían disfrutado de una lectura compartida sino hasta tu obra llegó a sus manos.
Et recordarem sempre!